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Wittgenstein, Ludwig

Foto de la escuela de Linz: Wittgenstein es el primero por la izquierda (abajo) y HItler el tercero por la derecha (arriba)
Foto de la escuela de Linz: Wittgenstein es el primero por la izquierda (abajo) y HItler el tercero por la derecha (arriba)
Wittgenstein (a la derecha) probando una cometa en Glossop
Wittgenstein (a la derecha) probando una cometa en Glossop
Patente británica nº 27087
Patente británica nº 27087
Rotodino (1959)
Rotodino (1959)
Cabaña de Wittgenstein en Noruega
Cabaña de Wittgenstein en Noruega
Casa Wittgenstein (Viena)
Casa Wittgenstein (Viena)

Wittgenstein, Ludwig (1889-1951). Filósofo austriaco, uno de los más originales e influyentes del siglo XX. Nació en Viena, el pequeño de los ocho hijos de una rica familia de ascendencia judía (convertida al cristianismo). Su padre era el magnate Karl Wittgenstein (1847-1913), cuya fortuna se encontraba entre las mayores del mundo gracias a detentar el monopolio sobre el acero y el hierro del Imperio Austrohúngaro. El joven Ludwig se crio en un ambiente de excepcional refinamiento cultural. Su padre financió el Pabellón de la Secesión (1897) y fue mecenas de artistas plásticos (Rodin, Klimt) y, en especial, de compositores (Brahms, Mahler). La música era un elemento central en la vida familiar. El propio Ludwig tenía oído absoluto (habilidad para nombrar o reconocer notas) y su hermano Paul (1887-1963) llegó a ser un brillante concertista de piano.

Hasta los catorce años, Wittgenstein recibió una educación típicamente aristocrática, en el propio hogar a través de tutores privados.  Entre 1903 y 1906, realizó la educación secundaria en una escuela pública de la ciudad de Linz. Allí, debido a sus modales distinguidos, sufrió las burlas de sus compañeros, uno de los cuales fue Adolf Hitler (tan solo seis días mayor). Wittgenstein no alcanzó un expediente destacado, pero en aquel tiempo ya hizo sus primeras lecturas filosóficas (Schopenhauer y Weininger).

En 1906, con la idea de hacerse ingeniero, ingresó en la Escuela Técnica Superior de Charlottenburg (Berlín), donde se interesó por la aeronáutica. Tras diplomarse en 1908, marchó a Inglaterra y se matriculó en la Universidad Victoria de Manchester para cursar el doctorado, con el proyecto de diseñar y pilotar su propio avión. A este fin, investigó el comportamiento de las cometas a gran altitud en un puesto de observación meteorológica próximo a Glossop (Derbyshire).

En 1910, Wittgenstein registraba en Londres una patente (nº 27087) a favor de mejoras en las hélices de aparatos áereos (aeroplanos, helicópteros, dirigibles y globos). El invento consistía en un motor-hélice en el que el aire y el combustible vaporizado eran alimentados (empleando válvulas regulables) a través del buje central e impulsados por medio de conductos dentro de las dos palas huecas, en cuyos respectivos extremos se encontraba una pequeña cámara de combustión con una boquilla de salida para la expulsión de un chorro de gases a presión que hacía girar a las palas a gran velocidad, de manera que la fuerza centrífuga generada se aprovechaba para comprimir el aire que luego se expandía en la cámara junto al combustible quemado.

En contra de lo que puediera parecer, el procedimiento en sí mismo es de una admirable sencillez (cualidad muy valorada por el Wittgenstein filósofo) y su funcionamiento, en esquema, no estaba muy alejado de los dispositivos pirotécnicos conocidos en España como ruedas de fuego o como ruedas de Catalina en Inglaterra, donde son muy populares y quizá inspiraran a Wittgenstein. Concedida en 1911, la patente no llegó a ponerse en práctica, ya que suponía un visionario (y hoy todavía extraño) ejemplo de motor “jet” aplicado a la aviación cuando ésta se encontraba balbuceante (apenas siete años después del vuelo de los hermanos Wright) y, por tanto, se hallaba fuera de los límites del estado de la técnica de entonces.

Aunque en una primera impresión parezca sorprendente conciliar dos propulsores en apariencia tan distintos como la hélice y el reactor, en esencia ambos (al igual que el cohete) se basan en la tercera ley de Newton (acción-reacción): todo sistema aislado con una fuerza en una determinada dirección tendrá a su vez otra fuerza igual pero en sentido contrario. Mucho antes que Isaac Newton (1643-1727) enunciara su principio (1684), el científico helenístico Herón de Alejandría (h.10-70 d. C) ya lo había plasmado en su “Aeolípila” (“Esfera de Eolo”), el primer motor térmico conocido (asimismo 1700 años anterior a la máquina de vapor de James Watt). El propio Newton vislumbró en 1680 la posibilidad de un carruaje movido por la expulsión, a través de un tubo y en dirección opuesta a la del vehículo, del gas producido en una combustión explosiva, idea que fue recogida hacia 1720 por el científico holandés Willem Gravesande (1688-1742) en el diseño de un carruaje impulsado por un chorro de vapor de agua producido por una gran caldera calentada al fuego. En 1863, el ingeniero francés Charles Delouvrier (1821-1894) fue el primero en concebir y patentar una máquina voladora propulsada mediante la quema de hidrocarburos. Otras patentes decimonónicas sobre aeronaves a reacción fueron las del militar ruso Nikolai Teleshov (1828-1895) o el “Steam Dart” (Dardo a Vapor) de los británicos James Butler y Edmund Edwards, ambas de 1867. Contemporáneos a la patente de Wittgenstein fueron el bimotor de reacción directa (1908) del ingeniero militar francés René Lorin (1877-1933) y el biplano termorreactor (1910) del inventor rumano Henri Coanda (1886-1972).

A todas luces, Ludwig Wittgenstein puede ser considerado un pionero en un área tecnológica, la de los motores a reacción, completamente marginal dentro de un ámbito como la aviación, en aquellos años muy dependiente de la náutica o del automóvil. El primer motor a reacción enteramente funcional no llegaría hasta 1937, con el turborreactor inventado (y patentado en 1929) por el ingeniero británico Frank Whittle (1907-1996).

A pesar de lo exótico que la patente de Wittgenstein resultaba para su época, ello no significa que fuese absolutamente irrealizable o que la idea careciera de un posterior recorrido. Por ejemplo, en 1947, el propio Whittle obtuvo una patente inglesa (nº 587.509) para un turborreactor que empleaba, al igual que el rotor de Wittgenstein, la fuerza centrífuga para comprimir el aire antes de introducirse en la cámara de combustión. Pero, con todo, no sería descabellado afirmar que Wittgenstein ideó lo que más tarde se conocería como “tip jet” (chorro de punta), un sistema de propulsión empleado durante las décadas de 1940 a 1960 en ocho países (Alemania, EEUU, Reino Unido, URSS, Francia, Holanda, Suiza, Polonia) por un puñado de helicópteros experimentales: el WNF-342 (1943) del ingeniero austriaco Friedrich von Doblhoff (1916-2002); los norteamericanos Sikorski Pulse Jet (1947), Hiller YH-32 (1950) y McDonell XV-1 (1954); el Girodino (1954) y el Rotodino (1957) de la británica Fairey Aviation; o el alemán Dornier Do-132 (1967).

En estos prototipos, el dispositivo a reacción situado en los extremos de las palas no se empleaba durante el vuelo normal, sino que funcionaba en la tesitura de suceder un fallo del motor del helicóptero, a fin de incrementar el momento de inercia permitiendo a la aeronave ahorrar energía y facilitar su aterrizaje. No obstante, los principales problemas estaban en el exceso de ruido y en el significativo aumento de la resistencia aerodinámica que provocaba un hundimiento súbito del aparato y daba al piloto muy poco margen de error para hacer un aterrizaje seguro.

Durante su formación como ingeniero, Wittgenstein se obsesionó con el estudio de las matemáticas y sus fundamentos lógico-filosóficos hasta el punto de perder el interés por la aviación. En 1911, gracias a la lectura de los Principia Mathematica de los británicos Bertrand Russell (1872-1970) y Alfred N. Whitehead (1861-1947), descubrió la filosofía realista de las matemáticas desarrollada por Gottlob Frege (1848-1925), a quien visitó en la Universidad de Jena (Alemania). Sin embargo, por consejo de Frege, Wittgenstein se matriculó en la Universidad de Cambridge, donde Russell impartía sus clases de lógica matemática. Allí permaneció de 1912 a 1913, impresionando vivamente a Russell y trabando amistad con el filósofo George E. Moore (1873-1958) y el economista John M. Keynes (1883-1946). Además de sus estudios y discusiones sobre lógica, matemática y filosofía, llevó a cabo experimentos de psicología relacionados con el ritmo musical.

Sin embargo, el difícil temperamento de Wittgenstein (autoexigente, hosco y tormentoso) no encajaba con la cortés sociabilidad del ambiente universitario. Por ello, decidió abandonar Cambridge. Aunque la parte de la herencia paterna que le correspondía le hacía rico de por vida, renunció a su fortuna, repartiéndola entre sus hermanas y donándola anónimamente entre poetas austriacos (Rilke, Trakl). En una suerte de autoexilio, marchó a Noruega y se construyó una cabaña en Skjolden, en lo más adentrado del fiordo de Sogn, para vivir en un completo aislamiento que le sirvió para perfilar algunas ideas clave de su pensamiento posterior como el carácter no deductivo ni científico de la filosofía y su íntima conexión con la forma lógica del lenguaje.

Al declararse la Gran Guerra (1914), se alistó voluntario en la artillería austriaca. Combatió en Polonia contra los rusos y en el Tirol contra los italianos en la peligrosa posición de observador de tiro, llegando a ser herido y condecorado varias veces. Alcanzó el grado de teniente y terminó prisionero de los italianos pocos días antes del fin de la contienda (en noviembre de 1918), siendo internado en un campo de concentración hasta el verano de 1919.

Durante su servicio militar, Wittgenstein fue anotando sus pensamientos en cuadernos que portaba consigo en su mochila. De ello, tras un laborioso proceso de selección, ordenación y refinamiento, resultaría en agosto de 1918 la redacción final del Tractatus logicus-philosophicus, una obra maestra de la filosofía. Compuesto por 20000 palabras plasmadas en unas 70 páginas que se pueden leer en una tarde, el Tractatus era ya, desde un punto de vista meramente estilístico, un libro revolucionario donde los habituales capítulos estaban sustituidos por parágrafos numerados de manera analítica (1, 1.1, 1.11, 1.12…) a partir de siete aforismos principales. El resultado daba un texto conciso y austero, sin adornos retóricos, parco en argumentos y ejemplos. Sin embargo, su bella simplicidad encerraba precisamente una enorme complejidad en la comprensión.

El libro es una reflexión sobre la naturaleza del lenguaje y su relación con el mundo, lo que constituirá la principal preocupación filosófica de Wittgenstein a lo largo de su vida. La doctrina central del Tractatus es la teoría pictórica del significado, según la cual el lenguaje está formado de proposiciones que literalmente (no metafóricamente) “pintan” el mundo, es decir, son imágenes que lo representan en virtud de una forma lógica que es común al lenguaje y a la realidad, la misma para ambos. Este isomorfismo permite que las cosas puedan ser significativamente dichas (habiendo, por tanto, verdad) y que nuestro lenguaje trate significativamente sobre algo (en lugar de no decir nada). En esta obra, Wittgenstein recibió la influencia de Russell y de su teoría del atomismo lógico, por la cual los enunciados lingüísticos pueden descomponerse (al igual que las moléculas de la materia) en proposiciones más simples (atómicas) que designan objetos elementales (una cosa y una propiedad). Sin embargo, esta correlación significativa entre las palabras y las cosas no está prefijada ni es transparente de modo que todos podamos acceder a ella de la misma manera (comprendiéndose así lo que sean en sí las cosas o lo que las palabras en sí signifiquen), sino que en última instancia es llevada a cabo por cada uno de nosotros, es decir, por cada uno de los diferentes lenguajes privados.

El Tractatus supuso también una reflexión radical sobre los límites del lenguaje y el objeto de la filosofía. Para Wittgenstein, solo tienen sentido los enunciados que hablan de (significan o denotan) los hechos que hay en el mundo y que, por consiguiente, pueden ser verificados (o falsados) empíricamente. Un enunciado tiene sentido si nos informa de un objeto o suceso que se encuentre dentro de los límites del mundo y que, por tanto, sea accesible a cualquiera. En cambio, los enunciados de la lógica y de las matemáticas siempre son verdaderos (tautologías) al margen de que se refieran o no a objetos del mundo y por ello constituyen pseudo-proposiciones vacías de significado: la lógica y la matemática carecen de significado (no dicen nada), precisamente porque no tratan acerca de ni nos informan sobre hechos mundanos (lo que no quiere decir que ellas sean falsas o absurdas). Por ejemplo, el enunciado “los alemanes son altos” es un enunciado dotado de significado porque podemos encontrar en nuestra experiencia del mundo tanto hechos que lo verifican (alemanes que son altos) como hechos que lo desmienten (alemanes que son bajitos). Sin embargo, el enunciado “la suma de los ángulos internos de un triángulo es 180º” siempre es verdadero y su negación da como resultado una contradicción (pero no algo falso); no podemos encontrarnos con un triángulo que escape a lo que dice el enunciado, precisamente porque los triángulos en sí mismos (aunque sí las cosas triangulares) no son objetos que podamos encontrar en el mundo.   

También serían pseudo-proposiciones los enunciados tradicionales de la filosofía (metafísicos, éticos y estéticos), en este caso absurdas, porque creen (o creen que pueden) hablar de ciertas realidades (Dios, Alma, Bien, Belleza) cuando no es así, puesto que éstas ni suceden ni se dan dentro de los límites del mundo. Ahora bien, de ello no se desprende que la filosofía carezca de propósito. Wittgenstein consideraba que la filosofía no era un conjunto de teorías con pretensiones de describir o pintar la forma lógica del mundo (aquello que le da razón, sentido y orden), ya que esta última no puede ser descrita, porque para ello deberíamos cobrar una distancia tal que nos haría salirnos fuera del mundo (fuera de allí de donde las cosas pueden decirse con un sentido). Por eso, la metafísica tiene que ver más con la mística (con la cuestión de que el mundo sea en lugar de no ser) que con la forma lógica del mundo (cómo sean las cosas del mundo). La filosofía correctamente considerada no puede ser sino una actividad clarificadora (crítica) de la forma lógica de lenguaje (pero no del mundo), mostrando qué enunciados tienen sentido (o son sensatos) y cuáles no. No resuelve los problemas de la vida ni las grandes cuestiones de la existencia, porque estos problemas y estas cuestiones no son otra cosa que confusiones del lenguaje que se desvanecen al aclararse su auténtica forma lógica.

El Tractatus fue publicado en 1921 y es la única obra de Wittgenstein que vio la luz en la imprenta, alcanzando rápidamente una gran repercusión, sobre todo entre los filósofos neopositivistas (Carnap, Schlick). El propio Wittgenstein reconocía que las proposiciones de su Tractatus no eran sino metafísicas y, por ello, tras recorrerlas debían abandonarse para alcanzar la auténtica representación del mundo. Por ello, en coherencia, entre 1920 y 1926 estuvo apartado de la filosofía trabajando de jardinero en monasterios (Klosterneuburg y Hütteldorf) y como maestro en escuelas rurales de Austria en una situación que rozaba la penuria económica.

Tras un desagradable incidente con un alumno (al que golpeó dejándolo sin conciencia), Wittgenstein se trasladó a la capital austriaca, donde diseñó una casa para una de sus hermanas en colaboración con el arquitecto vienés Paul Engelmann (1891-1965), siguiendo las ideas racionalistas y funcionales de Alfred Loos (1870-1933), amigo de los Wittgenstein. Completada a finales de 1928, la construcción tenía tres bloques rectangulares de diferente tamaño, interrelacionados dinámicamente, sin ningún elemento decorativo, con las fachadas pintadas en blanco y abiertas en grandes ventanales, ofreciendo una inmediata sensación de solidez y austeridad, pero no un aspecto monolítico, gracias al frondoso jardín circundante, en una peculiar síntesis de cultura y naturaleza, de exquisita geometría y contenida emoción. De espaciosos interiores igualmente austeros, el propio Wittgenstein diseñó con extremas precisión y meticulosidad ventanas, puertas, cierres y radiadores, así como el dispositivo que movía las persianas metálicas enrollables (de 150 kilos de peso) que cubrían los ventanales. Coherente con el estilo seco y conciso del Tractatus, el edificio es uno de los emblemas del racionalismo arquitectónico surgido como reacción a la exuberancia modernista y hoy alberga la sección cultural de la embajada búlgara.

Al mismo tiempo, Wittgenstein comenzaba de nuevo su actividad filosófica al entrar en contacto con algunos de los futuros integrantes del “Círculo de Viena”, un grupo fundado en 1929 por el neopositivista alemán Moritz Schlick (1882-1936) y formado por filósofos y científicos interesados en la lógica de la ciencia que abogaban por una concepción científica del mundo y por hacer de la filosofía una disciplina encargada de la distinción (por completo wittgensteiniana) entre lo que es ciencia y lo que no, así como de la elaboración de un lenguaje científico común.

En 1929, retornó a Cambridge en calidad de alumno de doctorado, graduándose mediante una disertación de su propio Tractatus (ya considerado como un clásico).  A partir de 1930, comenzó su docencia en el Trinity College de Cambridge a la vez que sus reflexiones filosóficas iban apartándose de algunas tesis del Tractatus como el atomismo lógico o la noción de forma lógica. Su interés se desplazó hacia la matemática (conceptos de prueba, inducción, generalidad e infinidad), cuyas innovaciones no consideraba descubrimientos (al contrario que Frege), sino construcciones del matemático. Las matemáticas no eran meros símbolos vacíos ni tampoco representaciones de algún tipo de objetos, sino un “juego” cuya significación estaba dada por las reglas (sintaxis), del mismo modo que las piezas del ajedrez no representan nada por sí solas, sino que el significado de cada una se encuentra establecido por las reglas para moverla. Así, con esta idea de “juego”, se iniciaba el periodo denominado “Segundo Wittgenstein” en oposición al “Primer Wittgenstein” (el periodo del Tractatus), un giro radical en sus planteamientos filosóficos y de notoria influencia en la filosofía del siglo XX. Asimismo, su alejamiento respecto a su pensamiento anterior se reflejó en un creciente interés hacia cuestiones propias de la filosofía de la mente como la comprensión, la intención, el deseo, la expectativa, el reconocimiento o la voluntariedad, aspectos fundamentales para entender la naturaleza del lenguaje que, en aquel momento, no eran considerados de relevancia filosófica. 

En 1935, viajó a la Unión Soviética, inicialmente con la idea de quedarse allí, pero fue disuadido al constatar la tiranía del estalinismo. Al año siguiente, volvió a su cabaña noruega, donde trabajó en las Investigaciones filosóficas, el libro que le ocuparía la mayor parte de su labor intelectual hasta el final de su vida. Terminada en 1948 y publicada póstumamente (1953), esta obra abordaba la temática del lenguaje desde una perspectiva distinta a la del Tractatus. El concepto central de las Investigaciones es el de “juego de lenguaje”. Lo que proporciona significado a las palabras no es una forma lógica que compartan con los hechos del mundo, sino el uso que de ellas hacen los hablantes entretejido con el contexto de las actividades humanas. No son la lógica ni los objetos los que confieren sentido al lenguaje, sino la utilidad y su función. El significado es lo que los usuarios del lenguaje hacen con las palabras. Las palabras son como herramientas y el lenguaje es la caja que las contiene. De la misma manera que un pedal de embrague se parece al pedal de freno, pero sus funciones y utilidades son diferentes, las palabras se parecen (en virtud de su categoría gramatical y de los objetos que representan), pero el significado profundo no se puede comprender hasta que no entendamos el juego de lenguaje (el uso, la función, el contexto) en el que se hallen. Dado que nuestras sensaciones son privadas, el significado no puede proceder de una experiencia sensible correlativa a un fragmento del mundo. El significado  correcto ya no se verificaría acudiendo a la experiencia de objetos que confirmasen los enunciados. Antes bien, el significado correcto no sería otra cosa que las reglas del juego que adquirimos (de la misma manera a como aprendemos a usar una herramienta) en un complejo contexto social donde son en última instancia las formas de vida (y no los hechos atómicos) las que determinan los juegos de lenguaje: cómo usar las palabras, en qué contextos, para qué fines. Si en el Tractatus la reflexión sobre el lenguaje era ontológica, en las Investigaciones será pragmática. No importa tanto a qué cosas se refieran las palabras (qué decimos con ellas), sino las utilidades y efectos prácticos que consigamos al emplearlas (cómo jugamos con ellas).

En 1937, Wittgenstein regresó a Cambridge. Un año después, la Alemania gobernada por un antiguo compañero suyo de escuela se anexionaba Austria y, acto seguido, Wittgenstein se hizo ciudadano británico. En 1939, fue nombrado catedrático de Filosofía en Cambridge, sucediendo a Moore. Durante la IIª Guerra Mundial, trabajó de enfermero en hospitales de Londres y de Newcastle. En 1947, renunció a su puesto universitario y marchó a Irlanda. En 1949, permaneció en los Estados Unidos invitado por la Universidad de Cornell (Nueva York) para disertar sobre epistemología. En otoño de ese año, regresó a Inglaterra y trabajó en una refutación al escepticismo y sobre los conceptos de color. Ludwig Wittgenstein falleció en Cambridge a la edad de 62 años por causa de un cáncer de próstata. Sus últimas palabras fueron: “Decidles que he tenido una vida maravillosa”.

Autor y editor: Luis Fernando Blázquez Morales

 

BIBLIOGRAFÍA

IMÁGENES:
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http://aventuresdelhistoire.com/wp-content/uploads/2014/09/AdH-6-H-Adolf-GP.jpeg (Wittgenstein y Hitler)
http://rudygodinez.tumblr.com/image/69374629284 (Wittgenstein en Glossop)
http://worldwide.espacenet.com/publicationDetails/originalDocument?CC=GB&NR=191027087A&KC=A&FT=D&ND=3&date=19110817&DB=worldwide.espacenet.com&locale=en_EP (patente)
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/cc/SFF_002-1055526_Fairey_Rotodyne.jpg (Rotodyne)
http://www.rca.ac.uk/media/images/importerdatashow_images2400_criticalwritinginartdesignsarah_jury_1.width-1000.jpg (cabaña)
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7c/Wittgensteinhaus.jpg (casa)
BIBLIOGRAFÍA:
WITTGENSTEIN, Ludwig:
- Tractatus logicus-philosophicus; Madrid, Alianza, 1973
- Investigaciones filosóficas; Barcelona, Crítica, 2008
KENNY, Anthony: Wittgenstein; Madrid, Alianza, 1982