Museo Virtual

López López, Matías

Casa (izq.) y fábrica de Matías López en la calle de la Palma, nº 8
Casa (izq.) y fábrica de Matías López en la calle de la Palma, nº 8
Arriba: depósito de Matías López en la calle de la Montera. Abajo: fábrica de El Escorial
Arriba: depósito de Matías López en la calle de la Montera. Abajo: fábrica de El Escorial
Membrete de Viuda e Hijos de Matías López (marca nº 9263). Abajo derecha: trabajadoras del taller de empaquetado del establecimiento de Montera (anterior a 1905)
Membrete de Viuda e Hijos de Matías López (marca nº 9263). Abajo derecha: trabajadoras del taller de empaquetado del establecimiento de Montera (anterior a 1905)
Arriba: marca nº 9867 (Mercurio) flanqueando recompensas industriales de Matías López. Abajo: marca nº 9263 (fábrica de El Escorial). Derecha: marca nº 9263 (moldes)
Arriba: marca nº 9867 (Mercurio) flanqueando recompensas industriales de Matías López. Abajo: marca nº 9263 (fábrica de El Escorial). Derecha: marca nº 9263 (moldes)
Arriba: marca nº 1864 (con cenefa). Abajo: marca nº 2436 (cacao soluble)
Arriba: marca nº 1864 (con cenefa). Abajo: marca nº 2436 (cacao soluble)
Ilustración de los chocolates de Matías López para un calendario publicitario
Ilustración de los chocolates de Matías López para un calendario publicitario
Tarjeta (izq.) y cromo con publicidad de los chocolates de Matías López
Tarjeta (izq.) y cromo con publicidad de los chocolates de Matías López
Cartel de Los gordos y los flacos (primera versión)
Cartel de Los gordos y los flacos (primera versión)
Cartel de Los gordos y los flacos (segunda versión)
Cartel de Los gordos y los flacos (segunda versión)
Marca nº 9867
Marca nº 9867

López López, Matías (1825/6-1891). Empresario y político español. Natural de Sarria (Lugo), la fecha de nacimiento de Matías López resulta incierta, según se trate de su acta bautismal (1825) o de los documentos relacionados con su actividad política (1826). De orígenes muy humildes, emigró a Madrid con solo quince años de edad, una escolarización muy rudimentaria y nada más que lo puesto. En la capital, un hermano suyo le introdujo en la red de paisanos lucenses y pudo encontrar empleo en el taller de un sastre.

Matías López no duró mucho en aquel trabajo y a continuación estuvo de dependiente en sucesivos establecimientos comerciales hasta que, en 1844, recaló en el negocio del burgalés Francisco Javier Arnáiz, propietario de una tienda de coloniales y chocolates, inventor asimismo de una máquina que depuraba el almidón y el gluten existentes en la harina de trigo y por la que recibió en 1845 un privilegio de invención (el nº 270), cuya práctica fue acreditada en Burgos.

En el comercio de Arnáiz, el chocolate se elaboraba en un taller anexo donde Matías adquirió los conocimientos propios del arte de fabricarlo, al mismo tiempo que dedicada abnegadamente el tiempo libre a mejorar su formación aprendiendo francés, dibujo y matemáticas, acompañado siempre de un estilo de vida ascético y sacrificado. Su amor al trabajo era tal que le hacía dormir debajo del mostrador de la tienda. Arnáiz acabó recompensándole con el puesto de cajero del establecimiento.

En 1850, López se independizó gracias al ahorro de 6000 reales. Abrió una tienda en la calle de Jacometrezo donde vendía chocolates, comestibles y sedas. En 1851, se convirtió en gerente de un pequeño obrador chocolatero, situado en la calle de Tudescos, que empleaba un molino artesano movido por caballerías. De esta manera, Matías López iniciaba una carrera exitosa como fabricante de chocolate, consecuencia de un riguroso conocimiento del producto y su industria, de sus dotes comerciales y de su propia actitud laboriosa y austera. En 1853, por ejemplo, ya tenía un patrimonio de 20000 reales. En 1855, había adquirido definitivamente la propiedad del taller de Tudescos y tres años más tarde trasladó a esta calle toda la actividad de la tienda de Jacometrezo.

Por entonces, el chocolate disfrutaba de una larga tradición de popularidad en España. Constituía una bebida caliente de consumo habitual entre las clases medias urbanas y el clero, caracterizada por su espesura (consecuencia del añadido de harina) y por haberse convertido en una señal de identidad de lo español (dado que fue el país que lo introdujo desde Méjico en Europa a partir de 1520).

A mediados del siglo XIX, el chocolate se elaboraba artesanalmente en pequeños talleres familiares donde el cacao solía molerse a mano en metates, unos morteros de piedra tallada que estaban formados por una plancha rectangular y un rodillo. Se trataba de un trabajo muy arduo, realizado en posición genuflexa. Aunque la molienda podía emplear fuerza animal, el chocolate denominado “de brazo” era el que tenía mayor aceptación.

En 1854, Jaime Méric Saisset (1800-1888), un banquero de Perpiñán (Francia) afincado en nuestro país, creo la Compañía Colonial para instalar en Madrid (en la plaza de la Lealtad) la primera fábrica española que producía chocolate modernamente, gracias al uso de la máquina de vapor en gran parte del proceso, así como de cilindros amasadores y de refinado en sustitución de los metates y las muelas de molino. En virtud de estos avances realizados con tecnología francesa, pudo obtenerse un chocolate más puro, presentarlo en forma sólida (tabletas o bombones) y enriquecido con la propia manteca del cacao, diversificándose de este modo la producción.

Matías López decidió seguir los pasos renovadores de Méric y viajó a Francia en 1858. Se trajo de allí la moderna maquinaria y la instaló en su taller de Tudescos. Aunque no llegase a inventar o patentar ninguna máquina, López fue un entusiasta del progreso tecnológico, de cuyos avances estuvo al tanto de primera mano a través de numerosos viajes por España y el extranjero, en los que también recababa información sobre los métodos innovadores de organización industrial y empresarial.

Seguidor del utilitarismo del filósofo y economista inglés John Stuart Mill (1806-1873), López consideraba que la máquina mejoraba las mercancías y las hacía estar al alcance de cualquier poder adquisitivo, permitía la rápida renovación del capital invertido y aliviaba el trabajo de los obreros. Asimismo, la tecnología acarreaba como consecuencia el estudio sistemático y científico de todo el proceso de elaboración, desde la materia prima hasta el producto final. De hecho, el propio Matías López escribió varios tratados, sobre la fabricación y utilidad del chocolate (1869 y 1875), así como del café (1870).

En 1861, estableció una nueva fábrica en el nº 32 de la calle de la Palma, donde fijó también su domicilio. La factoría albergaba una máquina de vapor de 15 CV de potencia y unos aparatos de moler hechos en piedra de granito, suficiente todo para producir 920 kilos de chocolate al día (unas mil libras). En 1863, sus productos fueron premiados en la Exposición Internacional de Londres y Matías López nombrado proveedor de la Casa Real española. Para entonces, el taller de Tudescos se había convertido en el depósito central de la empresa. Al año siguiente, los chocolates de Matías López ya se vendían en 700 puntos de Madrid, la fábrica de la Palma tuvo que ser ampliada y se adquirieron dos depósitos principales, uno en la Puerta del Sol y otro en la calle de la Montera, mientras que Tudescos se convertía en un almacén para otras mercancías como tés, cafés, sopas coloniales y porcelanas orientales.

En 1866, López se hizo con un terreno de 1500 m2 en lo que había sido la Real Fábrica de Cera, en la calle de la Palma nº 8, esquina a Velarde, con la idea de erigir una nueva fábrica, dado el incremento incesante de la demanda, aunque también para mejorar la conservación del chocolate y las condiciones de seguridad y salubridad de los obreros.

Construida por el arquitecto municipal Joaquín María Vega Mauge, esta fábrica de tres plantas se inauguró en 1868 y costó medio millón de pesetas. Tenía un molino impulsado por una máquina de vapor de 30 CV y una sola caldera, pudiendo fabricar 4000 libras diarias de chocolate (aumentadas a 10000 en 1870). La industria disponía de viviendas tanto para López y su familia como para los obreros, además de despachos, oficinas, un almacén de frutas y productos ultramarinos y también capilla. Además, Matías López amplió la gama de productos: café natural y torrefacto, bombones, tapioca, dulces parisinos, caramelos o pastillas napolitanas (unas golosinas que se tomaban durante los viajes).

En 1870, los productos de Matías López representaban el 80% del consumo total de chocolates en España. Se vendían en numerosas variedades: en las libras corrientes (a un precio entre 5 y 20 reales), con o sin canela, con vainilla o leche de almendra, a la crema, en forma de pastillitas redondas, como napolitanas y bombones, con la apariencia de objetos (dominós o cigarros) o de animales (ratones, culebras o lagartos), envasados en cajitas o petacas, escarchados o mezclados con otros dulces, presentados en panes para ser moldeados por los expendedores. Algunas de estas variedades recibían los nombres de “chocolate atemperante” o “chocolate de los afligidos”, este último con propiedades medicinales según una fórmula del médico catalán Pedro Felipe Monlau Roca (1808-1871).

Los cafés se vendían ya tostados y molidos, en paquetes de cuatro y ocho onzas (112-224 gramos), aunque también en paquetes mayores de una o más libras para expenderlos por cuartos en establecimientos o dentro de botes de hojalata de ocho onzas cada uno. Los precios por libra (unos 460 gramos) estaban entre 6 y 50 reales, mientras que las variedades de los cafés eran Moka y Puerto Rico.

Los granos de café estaban sometidos a un proceso especial de tostado o torrefactado a cargo de un maestro francés. El método tenía en consideración la cantidad de agua o la variedad del grano fresco, la regularidad del fuego, el color de la semilla tostada (de un color castaño claro y nunca negro) o su posterior enfriamiento de modo rápido en un lugar seco. Se trataba con todo ello de conseguir una concentración del aroma, para que éste no pudiera ser percibido a más de seis metros de donde se producía el torrefactado, a diferencia de los olores que impregnaban extensamente el aire en los lugares habituales donde se producía un exceso en el tostado del café, al que se le extraían todas sus cualidades beneficiosas y le introducían otras nocivas para la salud (sustancias irritantes como el amoniaco). Asimismo, el molido no debía reducir los granos totalmente a polvo, sino hacerse granulado, semejante a una sémola gruesa, lo que favorecía la conservación aromática y se prestaba para una elaboración más clarificada como bebida.

Los tés incluían la variedad negra, mezclas y hasta cuatro clases de calidad, llevando exóticas denominaciones de origen (Mandarín, Caravanas, Souchong, Congou). Se vendían en paquetes de una, dos o cuatro onzas (28, 56 y 112 gramos) a precios que oscilaban entre dos y cinco reales la onza. Las sopas coloniales eran de sémola de tapioca, de tapioca al cacao o de otras féculas de plantas procedentes de la India como el sagú o el arrurruz, vendiéndose en paquetes de cuatro y ocho onzas a un precio de 8-14 reales la libra (equivalente a 16 onzas).

Los dulces incluían los llamados “caramelos de los Alpes” (unas bolas multicolores aromatizadas con limón, anís, fresa, menta o naranja), productos finos nacionales o procedentes de París, así como frutas conservadas en almíbar, todo con unos precios entre ocho y veinte reales. Finalmente, se comercializaban porcelanas chinas y japonesas (jarrones, teteras de búcaro, pequeños servicios de té, jícaras con sus platillos para tomar chocolate bebido, bomboneras o bandejas). 

De nuevo surgió la necesidad de ampliar la estructura productiva. Así, en 1874, Matías López se hizo con la mayor parte de las acciones de Alianza Industrial, S. A., una fábrica de azúcar perteneciente a Rafael Taboada y Compañía y situada en el municipio madrileño de El Escorial. López se sirvió de un amigo suyo, el político demócrata y banquero Francisco Casalduero Conte (1836-1893), que aprovechó la mala coyuntura financiera de la azucarera para obtener títulos de propiedad y créditos hipotecarios por valor de tres millones de reales, lo que le facultaba para proceder a la incautación de la fábrica, obteniéndola finalmente por un valor de 3,6 millones de reales (unas 900 mil pesetas). Ya con el control de la azucarera, Casalduero la traspasó a su amigo a cambio de 200 mil pesetas, una cantidad sustancialmente menor que se explica por el valor nominal de la acciones de la fábrica, muy por encima de su valor real de mercado.

La nueva fábrica de El Escorial se encontraba al lado de la estación de ferrocarril, lo que favorecía el abastecimiento de materias primas y la salida de los productos. López invirtió más de un millón de pesetas en adaptar las instalaciones a la fabricación de chocolate. La maquinaria fue importada de Francia y estaba formada por tres ingenios de vapor de 40, 30 y 6 CV cada uno, dos grandes calderas con potencia de 120 CV, aparatos mezcladores y refinadores, tostadores de cacao, molino y máquina de cangilones para transporte del grano.  La fábrica disfrutaba de vías férreas y vagones de tren e incorporó dependencias complementarias como talleres metalúrgicos, de envasado y empaquetado. Asimismo, se trajeron técnicos británicos y trabajadores cualificados de toda España.

La fábrica, de 6500 m2, fue rediseñada como una colonia industrial en sintonía con el paternalismo empresarial de entonces, preocupado por ofrecer buena condiciones en la higiene, la salud y la formación de los obreros. Las instalaciones contaban con viviendas aireadas y espaciosas para los trabajadores (a un módico alquiler mensual entre 20 y 40 reales), así como un economato en régimen de cooperativa (a partir de 1885), tahona, casa-fonda, café-casino,  jardines, inodoros importados de Francia, una capilla dedicada a San Matías, además de un puesto de la Guardia Civil. La jornada laboral era de ocho horas, algo completamente inusual en aquella época, y se trabajaba en tres turnos, por lo que la producción de la fábrica era ininterrumpida. Los hijos de los trabajadores recibían educación gratuita hasta los 14 años en escuelas mixtas con gimnasio y biblioteca.

Matías López ofreció a sus empleados, unos 500 (entre 50 y 60 mujeres), un avanzado sistema de seguridad social que incluía planes de pensiones, cobertura médico-farmacéutica y una sociedad de socorros mutuos, gestionada por los propios trabajadores, de cuyos sueldos se detraía quincenalmente un porcentaje con el que se cubría la mitad del salario en caso de baja por enfermedad, mientras que la otra mitad más los gastos médicos corrían a cargo del empresario. Asimismo, López creó unos créditos hipotecarios para ayudar a sus trabajadores en la construcción y adquisición de viviendas fuera del recinto fabril, así como pequeñas industrias alrededor, como una de calzado, para que sus obreros se abastecieran en ellas.

La fábrica de El Escorial comenzó a funcionar en 1876 y supuso toda una revolución para un municipio que llevaba años languideciendo, hasta el punto que la vida de sus habitantes se organizaba en torno al silbato de la fábrica y vio cómo se beneficiaba también de los avances tecnológicos, económicos y sociales que ofrecía aquella industria chocolatera.

A principios de la década de 1880, la factoría ya producía 16000 libras de chocolate (algo más de siete toneladas), abasteciendo a más de 1000 puntos de venta en Madrid y a otros 2000 en el resto de España. El principal mercado era el nacional, aunque también se exportaba a las colonias españolas y varios países europeos (Italia, Francia, Austria o Portugal). El cacao era traído desde Cuba, Venezuela y Filipinas, mientras que otros ingredientes como la canela o el azúcar procedían de Filipinas y la isla caribeña de Granada respectivamente. El café fue otro artículo al que Matías López prestó una especial atención, ya que los diferentes tipos de grano (moka, puertorriqueño, filipino, caracolillo) eran seleccionados por él mismo. 

Convencido librecambista, Matías López tuvo que enfrentarse a los aranceles proteccionistas que gravaban sus productos en los mercados extranjeros o las materias primas al llegar a España. Entre 1883 y 1887, había pagado 971 mil pesetas en impuestos a la importación de cacao (unos 1,8 millones de kilos) a través de la Aduana de Santander, razón por la que solicitó en 1888, amparándose en la reciente Ley de Admisiones Temporales, que la Hacienda le devolviera entre 53 y 65 céntimos por cada kilo, según las diferentes calidades del chocolate exportado, habida cuenta que su pureza (55-60% de cacao) era consecuencia de una merma sensible del peso de la materia prima (22-25%) por efecto de la torrefacción y el descascarillado.

La Dirección General de Aduanas frustró la petición de López, alegando que los demás fabricantes también tendrían derecho a ese mismo privilegio, por lo que las arcas del Estado se verían resentidas, dada la extensión de la industria chocolatera en el país. Asimismo, al ser los chocolates de peor calidad los más consumidos, sin embargo tributaban mucho menos, ya que su proporción de cacao era muy escasa al estar mezclado con féculas y grasas, mientras que el aroma se comunicaba al chocolate por medio de la manteca extraída del cacao, siendo absolutamente imposible llevar a cabo un análisis químico de todos los chocolates sujetos a la exportación. Además, sentenciaba el director de Aduanas, la industria chocolatera nacional no era de tanta utilidad para el Estado como para incluirla en las excepciones encontradas en la ley bajo la cual López buscaba amparo. 

El uso exhaustivo de la publicidad fue una de las estrategias más innovadoras de Matías López a lo largo de toda su carrera como industrial. Empleó la propaganda no solo a través de anuncios en la prensa escrita o de etiquetas atractivas, sino haciendo uso de algo tan elemental y efectivo como el boca a boca. En sus comienzos, por ejemplo, antes de que saliese uno de sus chocolates, mandaba a personas de su confianza a que preguntasen con insistencia por el producto en las tiendas de ultramarinos, de manera que al comerciante, que obviamente no sabía nada de ese artículo fantasma, se le quedaba grabado en la memoria. Así, cuando ya tenía elaborado el producto semanas después, Matías se presentaba en los ultramarinos ofreciéndolo y entonces los tenderos le encargaban cuantiosos pedidos argumentando que todo el mundo se lo pedía y, por tanto, no podían prescindir de él.

Sus anuncios en la prensa nacional fueron constantes, apareciendo muchas veces junto a los de la Compañía Colonial, su principal competidor. En su publicidad, Matías López transmitía los valores sobre los que se asentaba su negocio. El más importante era la primacía del crédito concedido por la calidad de los chocolates frente a la utilidad inmediata de un amplio margen de beneficio, es decir, se prefería “vender mucho”, gracias a unos precios baratos (inferiores a los de las materias primas) que permitían el consumo de chocolates de calidad por las economías más populares y desfavorecidas,  lo que se traducía en “ganar poco” (aunque, obviamente, esta escasa ganancia era solo por unidad de producto).

Otro valor publicitado era la propia persona de Matías López, su dilatada experiencia de fabricante chocolatero, su conocimiento y vigilancia de los más pequeños detalles durante la elaboración, así como su calidad de experto en los productos, avalada por los tratados científicos que había escrito y podían adquirirse gratuitamente en los establecimientos de la firma. Igualmente, el concepto de “ganar poco” redundaba en una buena imagen del fabricante, nada codicioso, más preocupado por la excelencia del producto que por hacerse rico rápidamente, pero también interesado en que sus mercancías llegasen a los más humildes, en coherencia así con sus propios orígenes menesterosos, como un emprendedor cuyo éxito lo ha forjado él mismo a base de honradez y trabajo constante.

Lógicamente, la publicidad de Matías López también incidía en la excelente calidad de sus productos. Considerados los mejores del mundo, los chocolates eran deliciosos, de aroma suave y buen gusto, pero también eran alimentos fortificantes, reconfortantes, tónicos e higiénicos. En cuanto a los cafés, se incidía en las bondades del procedimiento científico del tostado gracias al cual se lograba concentrar el aroma y mantener las propiedades saludables.

Uno de los recursos publicitarios muy utilizado por Matías López era la continua alusión en anuncios y etiquetas a los premios concedidos a sus productos en exposiciones y certámenes, tanto en España como en el extranjero (Gran Bretaña, Francia, Portugal, Italia, Austria, EEUU). En 1890, además de la conseguida en Londres en 1863, había obtenido una treintena de recompensas industriales, entre ellas: Bayona y Burdeos (1864), Oporto (1865), París (1867, 1878 y 1889), Zaragoza (1868), Valladolid y Nápoles (1871), Madrid, Londres y Viena (1873), Lugo y Filadelfia (1876), Cádiz (1879) y Barcelona (1888). Además, Matías López recibió la Medalla de Plata de Fomento de las Artes (1871), la condecoración francesa de Caballero de la Legión de Honor (1878) y la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica (1889). Otro medio de propaganda fue la edición de la revista La Industria (1877). De periodicidad quincenal, ofrecía información económica y se repartía gratis entre los expendedores de los productos.

Sin embargo, la más grande contribución de Matías López a la publicidad comercial española fue encargar en 1871 el primer cartel anunciador de nuestra historia al dibujante Francisco Ortego Vereda (1833-1881). El anuncio mostraba una misma pareja formada por un hombre y una mujer, pero con dos aspectos físicos totalmente distintos, uno en el que estaban muy delgados y otro en el que estaban muy gordos, de manera que cada una de estas situaciones llevaba encima las respectivas leyendas “Antes de tomar el chocolate de López” y “Después de tomar el chocolate de López”.

El anuncio causó furor en su momento y la gente lo denominó “Los gordos y los flacos”. El motivo, además, ha sido repetido infinitas veces, en todo tipo de anuncios relacionados, paradójicamente, con dietas de adelgazamiento o tratamientos de belleza y, en general, con cualquier tipo de producto cuya adquisición implique para el consumidor un contraste radical y un cambio beneficioso, es decir, un antes y un después en relación a una determinada coyuntura o a su propia persona.

No obstante, el cartel se convirtió con los años en contraproducente para Matías López, por cuanto se asociaba el consumo de su chocolate con la adquisición de la estética desagradable del obeso o con vicios morales como la gula, el despilfarro, la debilidad de carácter o el egoísmo. Así que el anuncio fue retocado hacia 1880, esta vez sin intervención de Ortego. En la nueva versión, se incluyó una tercera apariencia física de la pareja, como virtuoso término medio entre el defecto de la delgadez y el exceso de la gordura, donde la moderación quedaba consignada bajo el rótulo “Los que toman dos veces al día chocolate de López”. El anuncio no llegó a ser registrado como signo distintivo por el fabricante, pero sí lo hizo la empresa de su viuda en 1903 a través de la marca nº 9867.

Además, Matías López empleó numerosas ilustraciones en envoltorios de chocolates, pero también en otros soportes como tarjetas, cromos, álbumes, calendarios o porcelanas. El propósito era llegar a las capas populares de la sociedad, mayoritariamente analfabetas. Sin embargo, resulta llamativo el contraste que hay entre todo ese despliegue publicitario y el relativo poco uso que Matías López hizo de la propiedad industrial a través de las marcas.

Entre 1874 y 1889, registró solo cuatro signos distintivos. La primera marca, la nº 180, solicitada y concedida en 1874, se denominaba “Un Mercurio” y servía para imprimirse en las envolturas de los chocolates fabricados en la calle de la Palma, en los paquetes y latas de las mercancías almacenadas en los depósitos de Sol y Montera (cafés molidos, tés, sopas coloniales, confituras y tapioca) o en la documentación comercial de la empresa.

La marca consistía en un sello circular en cuyo centro estaba el símbolo por antonomasia del comercio: el dios romano Mercurio, empuñando su proverbial caduceo, una vara rodeada de dos serpientes enroscadas y ascendentes, a su vez coronada por un par de alas en alusión a la rapidez atribuida al dios (que también lo era de los ladrones). En una circunferencia concéntrica, rodeando la efigie de la divinidad, se encontraba la inscripción “Fca. de Chocolates de M. López. Madrid”.

Este signo distintivo constituyó el emblema de los productos de Matías López y fue renovado con el nº 9263, al entrar en vigor la Ley de 1902, por la empresa Viuda e Hijos de Matías López, constituida tras el deceso del fabricante, por lo que no se encuentra la imagen de la marca entre la documentación original de 1874.

En 1875, Matías López solicitó y recibió una segunda marca, la nº 225. En esta ocasión, se trataba de la imagen de los moldes de hojalata con los que se hacían las libras de chocolate de diferentes precios (entre cinco y ocho reales) y que llevaban en los espacios de cada onza un agallamiento o estría con el nombre o el apellido del fabricante. El motivo de recurrir a este curioso signo distintivo se encontraba en la existencia de fraudulentos imitadores de los chocolates de Matías López, quienes llegaban a emplear el retrato de este último para aprovecharse de la fama de sus productos. En la prensa periódica, además, aparecieron desde entonces bastantes anuncios del fabricante denunciando esas prácticas ilegítimas y advirtiendo al consumidor que exigiese en los puntos de venta las marcas auténticas de Matías López. Al igual que sucedió con la anterior, los sucesores renovaron esta marca en 1902, también con el nº 9263.

La siguiente marca, la nº 1864, fue registrada en 1886 y concedida al año siguiente, aunque no para chocolates, sino para un curioso tipo de dulce denominado “bujía brillante y aromática”, que simulaba el aspecto de una vela de cera (de 19 cm de largo por dos de ancho) y estaba hecho con varias capas de crema recubiertas con una pasta de azúcar. Estas “bujías” se vendían en paquetes o cajitas de tres unidades y se fabricaban en el establecimiento de la Palma, seguramente por inspiración o en homenaje de la antigua fábrica de cerería allí existente, cuya producción fue reactivada a partir de 1834 a una escala mucho menor por el comerciante Federico Carducho Ponce, en un local contiguo al negocio de Matías López, mediante la razón social Real Oficio de Cerería la Palma (en funcionamiento hasta 1918). No obstante, esta marca fue anulada al poco de ser concedida, porque no fueron abonadas las tasas obligatorias para conseguir el certificado de propiedad.

La marca nº 2436, del año 1889, fue la última que registró y obtuvo Matías López, esta vez para identificar un cacao soluble fabricado en los establecimientos de Madrid y El Escorial. El cacao en polvo había sido inventado y patentado en 1828 por el fabricante chocolatero holandés Casparus van Houten (1770-1858) y desarrollado posteriormente por su hijo Coenraad Johannes (1801-1887) mediante un sistema de alcalinización de la masa de cacao que permitía su perfecta solubilidad en agua o leche, además de permitir la fabricación del resto de productos del chocolate. El cacao soluble no llegó a España hasta fecha muy tardía, en 1883, más bien como un remedio contra la dispepsia denominado “cocoatina” e introducido en nuestro país por la firma británica H. Schweitzer & Company.

En cualquier caso, Matías López fue el primero en comercializar en España un cacao soluble como alimento sin connotaciones médicas, especialmente indicado para el desayuno. La marca incluía las instrucciones de uso: dentro de una taza grande debía mezclarse una cucharada del polvo de caco y otra de azúcar, para verter a continuación agua hirviendo o leche caliente (pero sin llegar al punto de ebullición) y, finalmente, agitarse bien la mezcla. También podía usarse poniendo el cacao en una taza llena de agua y leche a partes iguales o con leche sola, haciéndola hervir después al mismo tiempo que se agitaba. Nos encontramos, por tanto, con el primer ejemplo de un alimento que posteriormente, ya en el siglo XX o todavía en el nuestro, tendrá marcas muy populares como “Cola-Cao” (1946) o “Nesquik” (1948), de aquellas que son capaces de dividir la sociedad en dos tipos de personas. La marca del cacao soluble de Matías López caducó en 1909, después de su traspaso en 1902 (por motivo de la nueva legislación de propiedad industrial) a favor de la empresa formada por su viuda.

Matías López tuvo a lo largo de su vida un destacado papel en diferentes asociaciones empresariales españolas y madrileñas. En 1856, colaboró en la fundación del Círculo de la Unión Mercantil e Industrial. En 1869, se convirtió en presidente de la Asociación de Propietarios de Fincas Urbanas de Madrid, dado los múltiples intereses inmobiliarios que tenía en la capital (fábricas, depósitos, tiendas, viviendas y solares). Al establecer la fábrica de El Escorial, entró en la Junta de Asociados del Ayuntamiento de dicha localidad, actuando como depositario, lo que le permitió hacerse con un gran número de pequeñas parcelas agropecuarias de los alrededores. Entre 1883 y 1887, desempeñó una vocalía en el consejo de administración del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid. En 1887, fue nombrado vicepresidente de la recién creada Cámara de Comercio de Madrid y para entonces ya presidía la Asociación de Productores de España, cargo que ejerció de manera honorífica a partir de 1889.

En 1890, obtuvo la concesión para construir en el barrio madrileño de Peñuelas una alhóndiga (un depósito de mercancías libres de impuestos mientras no se vendiesen), proyecto en el que estaba embarcado desde 1886, pero que no se materializaría hasta 1909, muchos años después de que falleciese su inicial promotor.   

Paralela a su actividad empresarial y patronal, Matías López desarrolló una carrera política, totalmente imbricada con sus intereses económicos e iniciada dentro de la política municipal madrileña en 1868 (un año antes de presidir la asociación de propietarios inmobiliarios), gracias a sus nombramientos como concejal y diputado provincial, cargos que desempeñó hasta 1876. Inicialmente de ideología demócrata, republicana y progresista, Matías López ingresó en 1872 en el Partido Radical, resultando elegido diputado nacional por el distrito de Sarria en las elecciones de ese mismo año, aunque las Cortes fueron disueltas a los dos meses. En aquellos comicios, obtuvo 7170 votos (un 76% de los emitidos).

López no volvió a la política activa hasta 1876, cuando ganó un escaño en el Congreso por la misma circunscripción electoral, con 8180 votos (el 88%) y adscrito ya al Partido Conservador. Participó en la aprobación de la Constitución que estaría vigente hasta 1931. En 1877, fue elegido senador por la provincia de Lugo, pero renunció a tal magistratura para continuar en su función de diputado, a petición de amigos y clientes. Un año después dejaba el Congreso. En 1883, Matías López era nombrado senador vitalicio. 

Sus principales iniciativas parlamentarias estuvieron encaminadas a defender el libre comercio dentro de un contexto económico muy proteccionista, motivo por el que no encontraron eco, pese a que era vocal del Consejo Consultivo de Aranceles, así que López lo intentó promoviendo la Cámara de Comercio como “lobby” librecambista. No obstante, en 1889, el Estado le encargó presidir la representación española en la Exposición Universal de París, recibiendo una subvención de medio millón de pesetas, la mitad para construir el pabellón español. En la capital francesa, encontró la posibilidad de abrirse a nuevos mercados y de defender su ideario librecambista. Con todo, la delegación española tuvo un papel muy meritorio, por el que López recibió la Cruz de Isabel la Católica y el elogio de personalidades del mundo cultural y científico (Pardo Bazán o Eiffel). En 1890, dimitía del puesto de Comisario de Agricultura, Industria y Comercio de la provincia de Madrid (cargo en el que llevaba desde más de una década).

La responsabilidad social de Matías López fue más allá de los muros de sus fábricas. Realizó asimismo numerosas obras benéficas que incrementaron su prestigio como figura pública. En 1874, abrió una suscripción en sus establecimientos para las donaciones con destino a la ayuda de 800 familias del distrito de Sarria que se habían quedado en la miseria a consecuencia de una tempestad. En 1890, colaboró en una campaña municipal de recaudación de fondos para los niños pobres madrileños. En su testamento, dejó consignada una cantidad para la fundación de unas escuelas públicas en su localidad natal (abiertas en 1896).

El último año de vida de Matías López estuvo marcado por la tragedia de la muerte de sus dos únicos hijos varones, encargados de sucederle en el negocio. En 1890, fallecía Pablo López Andrés, ingeniero civil, a consecuencia de una enfermedad. En febrero de 1891, le tocaba el luctuoso turno a Matías, el primogénito, que había estado preparándose en el extranjero para ocupar la dirección de la industria de su padre. El joven Matías, con solo 28 años de edad recién cumplidos, murió en El Escorial cuando le explotó un manómetro del contador del gas de la fábrica de chocolate.

En junio de 1891, Matías López López expiraba el último aliento en su domicilio de la calle de la Palma a la edad de 66 años. Su entierro en Madrid fue multitudinario. Sus fábricas estaban entre las tres más importantes de Europa (junto a las suizas Lindt y Nestlé), facturaban ocho millones de pesetas y contribuían a las arcas públicas con un millón aproximadamente, en concepto de derechos de aduanas e impuestos al consumo. En setiembre del mismo año, Andrea Andrés Sánchez (1835-1909), su viuda, organizó la nueva empresa junto a sus hijas y dos de sus yernos.

Autor y editor: Luis Fernando Blázquez Morales

Última edición: enero de 2018

BIBLIOGRAFÍA

BIBLIOGRAFÍA:
LÓPEZ LÓPEZ, Matías:
- Sucinta reseña y observaciones acerca del origen del chocolate y su fabricación; Imprenta de José M. Ducazcal, Madrid, 1869; en: http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000124999
- Breve narración y apuntes acerca de la utilidad y preparación del café; Imp. y Estereotipia de M. Rivadeneyra, Madrid, 1870; en: http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000124614
- El chocolate: su origen, su fabricación y su utilidad; Imp. de José M. Ducazcal, Madrid, 1875; en http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000127120 o http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000125019
SÁNCHEZ MECO, Gregorio: Cuando El Escorial olía a chocolate; Ayuntamiento de El Escorial, 1996.
TORRES VILLANUEVA, Eugenio: Cien empresarios madrileños; LID Editorial Empresarial, Madrid, 2017; en: https://books.google.es/books?id=yH0tDwAAQBAJ&lpg=PT206&dq=Matias%20Lopez%20Arnaiz&hl=es&pg=PT206#v=onepage&q=Matias%20Lopez%20Arnaiz&f=false
IMÁGENES:
OEPM: marcas nº 180 (firma), nº 1864, nº 2436, nº 9263 y nº 9867.
Biblioteca Nacional de España:

- Retrato de Matías López y Fábrica de chocolate de la calle de la Palma, nº 8 (en 1869); en: http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000124999
- Fábrica de chocolate de El Escorial (1875); en: http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000127120
- Medallas de exposiciones (1865); en El Contemporáneo; Madrid, 14 de marzo de 1865, nº 1291, p. 4; en: http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0003506790&page=4&search=&lang=es
- Ilustración de los chocolates de Matías López para un calendario publicitario; en: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000093629
- Tarjeta comercial con publicidad de los chocolates de Matías López; en: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000135329
- Cromo con publicidad de los chocolates de Matías López; en: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000205342&page=1 (lámina nº 147)

- Cartel de “Los gordos y los flacos” (primera versión); en: http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000025035

- Cartel de “Los gordos y los flacos” (segunda versión); en: http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000020267
Archivos de la Comunidad de Madrid:

- Fachada del depósito de la calle de la Montera (1903); en: http://www.madrid.org/icaatom_pub/uploads/r/archivo-regional-de-la-comunidad-de-madrid-3/1/5/15937/0467-R.jpg

- Interior del establecimiento de Montera (anterior a 1905); en: http://www.madrid.org/icaatom_pub/uploads/r/archivo-regional-de-la-comunidad-de-madrid-3/1/5/15945/0468-R.jpg

- Trabajadoras del taller de empaquetado del establecimiento de Montera (anterior a 1905); en: http://www.madrid.org/icaatom_pub/uploads/r/archivo-regional-de-la-comunidad-de-madrid-3/1/5/15929/0466-R.jpg
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Casa_de_Mat%C3%ADas_L%C3%B3pez.jpg (casa de Matías López en la calle de la Palma, nº 8)