Una silla-cama llamada la “Perezosa Ideal"
Existen inventos que llaman la atención antes por los nombres que sus creadores les han dado que por la estricta novedad que pudieran contener. Es el caso de la “Perezosa Ideal”, una silla-cama patentada en 1916 por José Lisón Gómez, un industrial de Las Palmas de Gran Canaria.
Dicho mueble, lo que hoy denominamos hamaca o tumbona, era completamente plegable gracias a su construcción articulada y podía servir tanto de sillón como de catre, siempre muy confortable en ambas opciones. Para ser empleada la “Perezosa” en las dos maneras, resultaba innecesario que el usuario se levantase a graduarla (de ahí, sin duda, su apelativo), pues podía hacerse acomodado en ella, variando la posición de la misma con solo mover el cuerpo en el sentido que deseara a su entera libertad, ya que la transformación del mueble no estaba sometida a ninguna configuración previa de posiciones. Al carecer de resortes y muelles metálicos, la silla-cama era de manejo sencillísimo por cualquiera y, además, carecía del riesgo de cogerse los dedos en algún gozne.
Los materiales con los que la “Perezosa Ideal” estaba fabricada eran madera, de una clase resistente para soportar pesos y a la vez ligera para su fácil acarreo, pasadores y tornillos de un calibre adecuado para no romperse, y tela, no claveteada sino sostenida por estribos de madera situados en las jaretas de los extremos, proporcionando así la máxima seguridad a quien allí reposara. Asimismo, las diferentes piezas de tela podían sacarse rápidamente con el objeto de ser lavadas, repuestas o cambiadas. Esta posibilidad de sustituir los tejidos hacía que la “Perezosa Ideal” disfrutara de una mayor higiene, pero también de una gran versatilidad de apariencias en color o estampados, de modo que su propietario podía dar la impresión de tener varios muebles con uno solo.
Otra virtud del invento era su bajo precio, asequible incluso a los emigrantes de la más humilde condición que por aquella época partían del archipiélago canario o hacían escala en él embarcados con rumbo a las Américas. Precisamente, el inventor de la “Perezosa Ideal” había pensado en estas personas a fin de que viajasen con cierta comodidad y no durmieran hacinados en literas. La silla-cama también era adecuada para convalecientes o velar enfermos en servicios hospitalarios, para tropas en campaña o, simplemente, para echarse una buena siesta y descansar apaciblemente en un jardín.
Aunque el nombre de este mueble resulta curioso, no debe olvidarse que una buena cama y una buena silla lo son en tanto que inducen a la pereza, es decir, que uno no quiere levantarse de ellas. Ahora bien, el adjetivo “ideal” parece decirnos dos cosas, hasta cierto punto contradictorias. O bien que nuestro holgazanear recostados en la silla-cama nunca se verá cumplido del todo ni será permanente y, por tanto, la pereza que nos despierta es, por así decirlo, “utópica” y en algún momento habremos de erguirnos y faenar. O bien que cada instante que pasemos en ella, por muy breve que sea el lapso, constituirá un descanso perfecto, el que teníamos en mente y que, tras una agotadora jornada, hemos conseguido realizar. En cualquier caso, este invento, obra de un industrial al que se le supone un paradigma de la laboriosidad y que -por si no fuera suficiente- vivió en las Islas Afortunadas (un lugar que por su clima y belleza invita a una vida relajada y contemplativa), se nos antoja una reivindicación del derecho a la pereza y todo un elogio a la ociosidad, en coherencia con ese pensamiento que dice: “Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser perezosos” (Gotthold Lessing).
La solicitud de la patente (de introducción por cinco años) fue presentada en el Gobierno Civil de Canarias un 5 de diciembre de 1916 y no llegó al Registro de la Propiedad Industrial en Madrid hasta el 29 del mismo mes. Su tramitación quedó en suspenso a causa de unos defectos puramente formales (y un tanto escrupulosos), como que la nota final de la memoria no concordaba con el objeto consignado o que los planos y fotografías adjuntas no correspondían a su registro en la sección de patentes. Al final, el expediente fue declarado sin curso en marzo de 1917, ya que José Lisón no subsanó los fallos. Quizá le pudiera la indolencia y se quedó tranquilamente disfrutando de su “Perezosa Ideal”.
Autor y editor: Luis Fernando Blázquez Morales