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Patente nº 58230

Patente nº 58230 (Pezonete)
Patente nº 58230 (Pezonete)
Marca nº 24871
Marca nº 24871
Chupete de principios del siglo XVI (detalle del cuadro Madonna con el Jilguero, de Alberto Durero, 1506)
Chupete de principios del siglo XVI (detalle del cuadro Madonna con el Jilguero, de Alberto Durero, 1506)
Chupete coral inglés (Birmingham, 1835-36)
Chupete coral inglés (Birmingham, 1835-36)
Niño con chupete (1865)
Niño con chupete (1865)
Chupete de principios del siglo XX
Chupete de principios del siglo XX
Diseño estadounidense nº 33212 (Meinecke)
Diseño estadounidense nº 33212 (Meinecke)
Patente estadounidense nº 652034 (Meinecke)
Patente estadounidense nº 652034 (Meinecke)
Patente estadounidense nº 635626 (Borcher)
Patente estadounidense nº 635626 (Borcher)
Izquierda: patente nº 583615 (embudo de Borcher). Derecha: modelo español de utilidad nº 293950 a favor de un botijo con caja de música incorporada, concedido en 1987 a la sociedad anónima bilbaína Compañía Internacional de Promociones y Patentes
Izquierda: patente nº 583615 (embudo de Borcher). Derecha: modelo español de utilidad nº 293950 a favor de un botijo con caja de música incorporada, concedido en 1987 a la sociedad anónima bilbaína Compañía Internacional de Promociones y Patentes

Un pezón de caucho o goma elástica relleno de una composición química, para uso de la infancia, denominado "Pezonete".

Hay dos objetos que tradicionalmente han sido considerados el paradigma de lo simple: el botijo y el chupete. Sin embargo, las cosas no son como parecen ser. En 1993, unos investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid formularon las ecuaciones capaces de prever la capacidad de enfriamiento de cualquier botijo. Había caído el mito de la simplicidad de su mecanismo.

Pero siempre nos quedará el chupete como ejemplo de sencillez pretecnológica, ese pequeño y elemental artilugio con el que los niños se calman creyendo que succionan el pezón materno y, como consecuencia de ello, también se calman los padres, de ahí los explícitos términos, “pacifier” y “comforter”, con los que el chupete es denominado en inglés.

La patente que ahora nos convoca fue concedida en 1914 a Enrique Ortega Albentosa, vecino de Torrevieja, localidad alicantina de la que era teniente de alcalde en agosto de 1912, según se hizo eco por entonces España Libre, un diario nocturno madrileño. En aquella época, el chupete no se llamaba chupete, sino que recibía el gráfico nombre de pezón, al ser un simulacro del mismo. Habrá que esperar a 1947 para que la Real Academia Española acepte la palabra “chupete” en su diccionario.

Con todo, lo primero que atrae la atención de la patente del señor Ortega es cómo denominó a su invento: “pezonete”. Quizá de manera subconsciente, buscaba con el empleo del diminutivo quitarle alguna connotación indecorosa, un poco como las personas cursis llaman “culete” a esa parte de la anatomía humana donde la espalda pierde su nombre. En cualquier caso, es digno de saberse aquí que el señor Ortega llegó a registrar, a la vez que lo hacía con la patente, la palabra “pezonete” como denominación de una marca profesional (nº 24871) con la que identificar pezones (es decir, chupetes) y objetos similares de caucho, goma u otras materias similares para uso de la infancia y no solo eso, sino también demás artículos de ortopedia. El carácter profesional de la marca, dicho sea de paso, sirve de indicio para considerar que don Enrique Ortega pudiera ser farmacéutico. Mientras que la patente del pezonete no tuvo una larga vida administrativa (al caducar por falta de práctica), su marca en cambio estuvo vigente durante veinte años.

Otra cosa que llama la atención de la patente del pezonete es la composición química con la que está rellenado. En la memoria descriptiva, el señor Ortega ya advierte de que se trata de una sustancia inofensiva, completamente higiénica, transparente y hasta agradable al paladar (en caso de salirse de su recipiente), aunque sin función nutritiva, pues solo sirve para dar cuerpo, firmeza, rectitud, flexibilidad y suavidad al pezonete, a fin de que éste imite lo más posible el pecho de la mujer, de lo que se desprende que quizá la terminación en diminutivo con la que el invento fue bautizado no haya sido de un origen tan subconsciente como considerábamos unas líneas más arriba.

Una tercera cosa que llama la atención de esta patente es que dicha composición química no nos es revelada por el inventor del pezonete, siendo como era lo que proporcionaba la verdadera calidad al producto, pues pezones artificiales que imitaban la apariencia exterior del pezón femenino ya había muchos en el mercado, según nos cuenta el señor Ortega, pero ninguno capaz de sostenerse enhiesto o de ofrecerse blando y elástico a la boca del lactante, virtudes que precisamente la misteriosa sustancia química vendría a garantizar.

Además, el pezonete era hermético (al igual que su contenido) y disponía de un redondel en su base (hecho en hueso, caucho u otra materia análoga) que servía de tope en la succión, sujeto todo ello mediante un botón ahuecado de metal (preferentemente de aluminio) del que pendía un asa (también de hueso o caucho) con su correspondiente cordón para ser colgado en el cuello del bebé y evitar que el pezonete cayera al suelo, ensuciándose, o se perdiese, provocando el lógico desasosiego de la criatura y de la concurrencia que estuviese a su alrededor.

Por lo demás, el pezonete tenía la misma función que cualquier otro pezón artificial de la época: sustituir el pecho femenino, tranquilizar al lactante mientras espera su dosis de leche materna y mitigar los dolores de la dentición.

Que el chupete sea un objeto de lo más elemental desde el punto de vista técnico no significa, desde luego, que carezca de su propia historia. La historia del chupete es lejana, quizá debido a la sencillez, más bien ausencia, de su mecanismo. Su rastro se remonta al año 3000 a. C., bajo la forma de pequeños objetos de arcilla que representaban animales como cerdos, ranas o caballos y donde se vertía seguramente miel a través de un orificio para que el bebé chupara el contenido desde otro orificio coincidente con la boca del animal.

Médicos alejandrinos como Sorano de Éfeso (s. II) y Oribasio de Pérgamo (s. IV) ya mencionaban en sus textos que los objetos azucarados servían para tranquilizar a los lactantes. Las primeras descripciones de chupetes en la literatura médica datan de 1473 y 1513, realizadas respectivamente por Bartholomäus Metlinger (¿-h. 1491) y Eucharius Rösslin (h. 1470-1526) en Alemania, donde precisamente la lactancia materna no se creía entonces un método de alimentación adecuado o saludable.

A lo largo de la Edad Moderna, incluso durante el siglo XIX, los objetos que cumplían la función de chupetes eran básicamente de dos tipos. Los más generalizados eran unos pedazos de tela atada que iba rellena de comida y empapada de un líquido dulce, que podía contener alguna bebida espirituosa o, incluso, una infusión de adormidera, sustancias que hoy se nos antojan execrables dar a un tierno infante, pero que hasta hace no mucho no pocos progenitores lo tenían como práctica habitual para su prole a fin de dejarla lo más rápido posible en brazos del dios Morfeo. Valga decir que desde aquí damos por sentado el sano juicio del señor Ortega y que estamos totalmente convencidos de que la sustancia química del pezonete no contenía ni alcohol ni opiáceos.

La otra variedad de chupete, empleada mucho en Inglaterra, se llamaba “coral”. Se trataba de un pequeño juguete que se les daba a los niños cuando empezaban la dentición, periodo en el que, como es sabido, las criaturas berrean más de lo que habitualmente suelen hacer. Como su propio nombre indicaba, este tipo de chupete estaba hecho en coral, aunque también en marfil o hueso, yendo montado sobre un mango de plata del que colgaban unos cascabeles a fin de distraer y sustraer a los bebés de sus primeras penurias odontológicas.

El chupete que nos ha llegado hasta hoy con su forma característica de pezón, escudo y mango se lo debemos a un señor norteamericano llamado Christian W. Meinecke que residía en New Jersey City. En julio de 1900, Meinecke registró el diseño estadounidense nº 33212 a favor de un “baby-comforter”, a saber, un chupete con todas las de la ley, formado por una tetina gomosa que iba insertada a través de un escudo con aspecto de disco, cuyo diámetro era algo mayor para evitar que el bebé se la tragara. La base de la tetina se encontraba inmediatamente debajo del escudo y se acoplaba a una almohadilla que servía de mango.

Un año antes de depositar el diseño del chupete, Meinecke hizo lo propio con un objeto similar en forma y funciones, un porta-pezón por el que obtuvo la patente nº 652034. En este caso, se trataba de un invento algo más sofisticado, aunque muy sencillo de construir, tal y como el propio Meinecke advertía en la memoria descriptiva. En realidad, se trataba de la mejora de otra patente, la nº 635626, solicitada en 1898 por Thomas Borcher, también de New Jersey City.

Estos dos porta-pezones se usaban cuando los niños echaban los dientes. Combinaban dos elementos. Uno era la tetina de succión, hecha en goma y en cuyo interior había un tubito donde verter dentífrico. El otro componente era un anillo de dentición para que la criatura lo mordiese y se calmara, sirviendo asimismo de mango. Ambos inventos buscaban que tetina y anillo se acoplaran fácilmente entre sí y no se separaran. La diferencia entre el invento de Meinecke y el de Borcher estribaba en la sencillez del primero respecto del segundo, ya que éste disponía de lo que podría definirse como el mecanismo de un chupete, al incluir una cámara de aire para bombear el dentífrico y todo un entramado formado por clavija, pasador y botones.  

Poco sabemos de estos dos inventores. Del señor Meinecke, que tenía un farmacia en el barrio neoyorquino de Manhattan y que su mujer fue detenida por montar un escándalo ante la puerta del negocio, según nos cuenta un artículo del The New York Times  (22 de junio de 2014). Sin embargo, conocemos algo más de él gracias a otros muchos inventos que patentó en los Estados Unidos: un diseño de caja (1892), un termómetro clínico (1904), una ducha vaginal (1905), un depósito-irrigador y una válvula para bolsas de líquidos (1906), una bacinilla y una escupidera (1908), un nebulizador nasal (1909), una cama ajustable para enfermos (1910), otra antideslizante para inválidos (1915), un tubo rectal que se retenía por sí mismo (1916), un cojín lleno de aire caliente (1917), un contenedor aséptico para termómetros (1923) y una bandeja hospitalaria (1935). También sabemos que cedió sus patentes a una empresa suya llamada Meinecke & Company y a otra denominada Whitall Tatum Company, ambas de Nueva York.

Sin embargo, aún desconocemos mucho más del señor Borcher, pero lo poco que nos ha llegado de él también ha sido mediante la propiedad industrial. Además del porta-pezón, obtuvo otra patente estadounidense, en 1897 y con el nº 583615, esta vez para un embudo, otro artículo de una sencillez parangonable a la del botijo y no digamos a la del chupete. Pero, aún así, no crea el lector que el embudo de Thomas Borcher era un embudo cualquiera. Como si este inventor estuviera obsesionado con ponerle un mecanismo a todo aquello que por sí mismo no lo necesitase, este embudo llevaba una válvula que permitía llenarlo hasta un nivel predeterminado, impidiendo con ello que el líquido cayese por la boquilla, es decir, impidiendo que, a voluntad del usuario, se cumpliese la ley, sencilla y natural, que rige en todos los embudos.

Autor y editor: Luis Fernando Blázquez Morales 

Última edición: enero de 2018

BIBLIOGRAFÍA

IMÁGENES:
OEPM: patente nº 58230, marca nº 24871 y modelo de utilidad nº 293950
USPTO: diseño nº 33212 y patentes nº 583615, nº 635626 y nº 652034
https://en.wikipedia.org/wiki/File:Madonna_and_Siskin_detail.jpg (chupete de principios del siglo XVI)
https://www.metmuseum.org/art/collection/search/206728 (coral)
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Schnuller.jpg (chupete, 1865)
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Teething_Ring.jpg (chupete de principios del siglo XX)