Patente nº 35996
Modificaciones introducidas en el aparato de la Lámpara Parlante.
Natural de Marchamalo (Guadalajara), Mariano García Santamaría (1868-1966) era un fotógrafo que fundó en 1905 el Estudio Roca, establecido en la calle madrileña de Tetuán, nº 20, al lado de la Puerta del Sol. También tuvo otro local abierto en la cercana calle del Carmen, nº 6. La tienda llegó a ser conocida también con otros nombres: Laboratorio Fotográfico Roca, Roca Ars Studio, Fotos Roca o simplemente Roca.
El estudio se especializó en fotografías infantiles y para la prensa. Entre ellas, destaca un espléndido retrato hecho al dirigente socialista Pablo Iglesias Posse (1850-1925), publicado en 1931 en la portada del diario madrileño Ahora, con ocasión de un homenaje en su memoria celebrado por los correligionarios del político. No en vano, Estudio Roca se encontraba a escasos metros de Casa Labra, la taberna donde Iglesias había fundado el PSOE en 1879. Es posible que García Santamaría fuera un afiliado o simpatizante socialista.
En 1912, resultó premiado en la Exposición Internacional de Viena. En 1920, fue nombrado vocal de la junta directiva de la revista Unión Fotográfica, órgano oficial de la Sociedad de Fotógrafos Profesionales de España, una agrupación de ámbito nacional cuyo primer presidente fue Antonio Cánovas del Castillo Vallejo (1862-1933), más conocido con el apelativo de “Kaulak”.
Durante la Guerra Civil (1936-39), su local quedó intervenido por comités de trabajadores y García Santamaría debió afiliarse a la Sociedad Obrera de Fotógrafos y Similares (gestionada por el sindicato socialista UGT) y registrarse asimismo en la Sección de Fotografía de la Junta Delegada de Defensa de Madrid. Para entonces, sus hijos Mariano (1890-?) y Fernando (1901-?) ya eran empleados del estudio. Entre 1955 y 1963, el establecimiento de la calle Tetuán pasó a llamarse Fotografías Delmás. La actividad del negocio cesó en 1988.
En 1905, poco antes de abrir su estudio, Mariano García Santamaría pidió una patente para unas modificaciones introducidas en un aparato llamado “Lámpara Parlante”. En la solicitud, el fotógrafo daba a entender que él no era el inventor, sino que había introducido unas sustanciales mejoras en el aparato como para merecer derechos de propiedad sobre las mismas, con el fin de comercializar ese tipo de lámpara en el establecimiento que tenía previsto abrir.
En realidad, esta “lámpara parlante” no se trataba ni mucho menos de la lámpara maravillosa de Aladino. A lo más, García Santamaría intentaba proteger un dispositivo algo menos legendario, heredero directo del “Photophone”, inventado y patentado en 1880 en los Estados Unidos conjuntamente por Alexander G. Bell (1847-1922) y su ayudante Charles S. Tainter (1854-1940).
El fotófono fue el primer aparato que permitió transmitir el sonido por medio de un haz de luz, constituyendo un antecedente de las comunicaciones por fibra óptica desarrolladas a partir de la década de 1980, lo que ya de por sí, en el siglo XIX, implicaba la maravillosa sinestesia de escuchar la luz y ver el sonido, el deslumbrante poder de que la luz transportara las palabras.
El principio básico del fotófono consistía en modular una emisión de luz natural directamente a un receptor fabricado en selenio y conectado a un aparato telefónico. Un espejo hacía rebotar el haz luminoso hacia una lente que lo concentraba y enfocaba en dirección a un diafragma que contenía un cristal plateado reflectante. El diafragma vibraba y oscilaba al recibir la voz desde el otro lado a través de un tubo, produciéndose entonces la modulación de la luz según la intensidad y variación del sonido. El haz luminoso se dirigía a continuación hacia una nueva lente que lo hacía incidir sobre un espejo parabólico, encargado de concentrar la luz sobre una célula de selenio conectada a una batería eléctrica y un receptor telefónico convencional.
El selenio es un elemento químico con la propiedad de conducir la electricidad de manera proporcional a la incidencia de la luz modulada sobre él, de manera que su resistencia eléctrica (entre 100 y 300 ohmios) varía inversamente según la intensidad de la luz que reciba. Así, el selenio se convierte en un conductor eléctrico cuanta más luz le llegue. En el fotófono, el selenio recibía la luz modulada ya por el patrón de las vibraciones sonoras y podía convertirla en señales eléctricas. El selenio había sido descubierto en 1817 por el químico sueco Jöns Jacobs Berzelius (1779-1849), pero sus propiedades fotoeléctricas fueron halladas en 1873, por el ingeniero británico Willoughby Smith (1828-1891), y hasta 1917 no se le encontraron sustitutos (talio y molibdeno).
En 1878, Bell y Tainter habían comenzado sus experimentos con el selenio en el propósito de idea de transmitir audio a través de la luz, lo que ya les convertía en unos de los primeros investigadores sobre la fotoelectricidad de ese elemento químico, si bien encontraron que otros materiales podían valer para la misma finalidad, como el caso del negro de carbón (un pigmento subproducto de la combustión del petróleo), aunque lo descartaron por generar un sonido excesivamente fuerte. En febrero de 1880, Bell pudo escuchar a través de sus auriculares telefónicos a Tainter cantar con toda nitidez. Pocos meses después, consiguieron transmitir un mensaje de voz entre la Escuela Franklin en Washington al laboratorio de Bell, distante a 213 metros.
En octubre de 1880, Bell y Tainter habían adaptado el fotófono para que la luz fuese emitida por una lámpara de arco eléctrico provista de un proyector parabólico que dirigiese el haz al primero de los espejos. Presentaron este prototipo en la Academia de Ciencias de París y recibieron un premio de 50000 francos. En el mes de agosto, Bell había registrado el invento a través de la patente nº 235199, a la que siguieron hasta 1881 otras cuatro más (nº 235496, nº 235497, nº 235616 y nº 241909), cuya titularidad fue compartida con Tainter y dos de las cuales también protegían la célula de selenio.
Bell siempre consideró el fotófono el invento más importante de su carrera, superior al que le hiciera universalmente famoso, el teléfono (1876). Incluso se propuso bautizar “Photophone” a su segunda hija, que siempre debió de quedar agradecida a su madre por disuadir al inventor de semejante ocurrencia. Bell esperaba que el fotófono se utilizara en las comunicaciones entre barcos en alta mar. Llegó a barajar la opción de que sustituyera a la propia telefonía alámbrica o que sirviera para la investigación científica en el análisis espectroscópico de la luz eléctrica, manchas solares o estrellas.
Sin embargo, las limitaciones del aparato fueron demasiadas, a pesar de los intentos de perfeccionarlo por parte de Bell y otros. En general, su alcance era muy limitado, tanto empleando luz artificial o natural. En este último caso, además, no podía funcionar por la noche y se veía afectado por interferencias climáticas o meteorológicas (nubes, niebla, lluvia o nieve). En 1897, las primeras transmisiones de radio llevadas a cabo por Guglielmo Marconi (1874-1937) alcanzaban los seis kilómetros de distancia y superaban con creces el rango del fotófono. A estos obstáculos propiamente técnicos hubo que añadir el escepticismo de una opinión pública que encontraba demasiado fantasiosa y extravagante la posibilidad de que la voz humana se transmitiera sin cables a través de la luz. La primera aplicación práctica del fotófono no llegó hasta 1904, en heliógrafos de transmisión telegráfica empleados por el ejército colonial alemán durante su campaña contra los pueblos herero y namaqua en Namibia.
A finales del siglo XIX, aparecieron los “arcos parlantes”, aparatos que pretendían mejorar el fotófono introduciendo una lámpara de arco eléctrico. Esta lámpara emite la luz producida por un arco voltaico formado por dos electrodos que en aquella época eran de carbón (hoy suelen ser de tungsteno). Fue inventada entre 1802 y 1809 por el químico inglés Humphrey Davy (1778-1829) y supuso el primer aparato en producir luz eléctrica.
No obstante, su desarrollo se vio lastrado durante años por la poca eficiencia de las baterías (Davy empleó dos mil) y por la escasa vida del carbón, hasta que el perfeccionamiento de las dinamos y el reglado automático del consumo de los electrodos permitió a mediados de la década de 1870 los modelos operativos del ruso Pavel Yablochkov (1847-1894) y el estadounidense Charles F. Brush (1849-1929). Aunque en la década siguiente las lámparas de arco se usaron con frecuencia en el alumbrado público e industrial, la hegemonía de la bombilla eléctrica de Thomas A. Edison (1847-1931) acabó relegándolas a un papel marginal, como focos para la iluminación de estudios de cine y salas de espectáculos, o como reflectores de señales y proyectores de luz.
No obstante, desde que las lámparas de arco eléctrico empezaron a usarse en el alumbrado, venían produciéndose unos curiosos efectos de sonoridad en forma de rumores o ecos que procedían de los electrodos de carbón. En 1898, el físico alemán Herrmann Theodor Simon (1870-1918) fabricó un dispositivo que permitía hacer “hablar y cantar” el arco eléctrico con tan solo dirigir la voz hacia un micrófono. Este “arco parlante” constaba de dos portacarbones que se reglaban manualmente, además de otros componentes como reóstato, bobina, resistencia y el obligado micrófono. Al separar los carbones para que se produjera la electricidad, podía hablarse a través del micrófono desde cierta distancia y comprobar cómo la voz se reproducía fielmente en la luz desprendida por el arco. Ello era debido a los cambios de volumen del arco a consecuencia de la interacción de las variaciones de temperatura y densidad de la corriente que procedían del micrófono.
Este “arco parlante” fue perfeccionado en 1903 por otro físico alemán, Ernst Walter Ruhmer (1878-1913), que le añadió un sistema telefónico completo y una célula cilíndrica de selenio, cuya resistencia oscilaba de los 120000 ohmios en oscuridad a los 15 ohmios bajo la luz de una lamparilla incandescente de 16 bujías. Ruhmer logró varias transmisiones desde una torre y un barco a diferentes distancias (dos, cuatro y siete kilómetros) con distintas intensidades de corriente (cinco, diez y dieciséis amperios). Por su parte, en la Exposición Universal de Saint Louis de 1904, la American Telephone and Telegraph Company (ATT), la propia empresa de Bell, presentó el “Radiophone”, un sistema de comunicación inalámbrica desarrollado a partir de la patente nº 654630, concedida en 1900 a Hammond V. Hayes (ingeniero jefe de ATT). En el radiófono, la electricidad generada se transformaba en luz mediante una lámpara de arco y luego era modificada por el micrófono telefónico cuando a través de él se producía el sonido de la voz.
En realidad, la “lámpara parlante” de la patente de García Santamaría registrada en 1905 no era más que una copia del “arco parlante” del alemán Simon. El fotógrafo español pudo haber tenido noticia de este invento a través de un ejemplar de 1903 de la revista divulgativa Madrid científico, en un artículo titulado Cómo habla la luz donde el ingeniero militar Francisco del Río Joan comentaba (no sin cierta chufla) la innovación del alemán.
Al igual que el dispositivo germano, la “lámpara parlante” de García Santamaría llevaba un arco eléctrico que podía reglarse manualmente para generar la suficiente luz con la que crear el efecto fotofónico, ya que las lámparas habituales, de reglado automático, tenían un arco fijo y corto que no proporcionaba una luz brillante. García Santamaría recomendaba en su patente el empleo de los electrodos de carbón de mecha fabricados por Siemens & Halske en Alemania.
La lámpara funcionaba con corriente continua, a una tensión de 110 a 115 voltios y una intensidad mínima entre 14 y 16 amperios, controlada por un reóstato. Además, toda la instalación se completaba con un micrófono, otro reóstato para regular el sonido, una bobina de inducción, una resistencia de seis amperios, además de varios bornes y cables (uno de estos conectado a la red urbana). Según García Santamaría, bastaba que la luz brillase y que alguien hablara por el micrófono para que el sonido fuese transmitido con fuerza y se oyera a distancia. La patente caducó en 1907 por no acreditar la práctica. Según todos los indicios, García Santamaría no volvió a inventar nada más (o a simular que lo hacía).
Autor y editor: Luis Fernando Blázquez Morales